sábado, 30 de enero de 2010

Curar o sanar - en you tube -


TERCERA PARTE
CURACIÓN
CAPITULO VIII


La gran mayoría de las gentes no hacen distinción alguna entre curar y sanar, y, por lo tanto, no estaría de más explicar la diferencia, la que consiste principalmente en la cooperación o la falta de ella. Una persona puede curar a otra con masajes, drogas, etc., manteniéndose en estos casos el paciente pasivamente, como la arcilla en manos del alfarero. No hay duda alguna que con tales tratamientos pueden desaparecer las afecciones tratadas y puede el enfermo restablecerse; pero generalmente su restablecimiento no es más que temporario, porque no ha recibido la debida apreciación de las causas reales de su enfermedad y no comprende que ella es la consecuencia de la violación a las leyes de la Naturaleza, siendo, por lo tanto, muy fácil que siga haciendo iguales cosas nuevamente, con el resultado de que la misma u otra dolencia vuelva a aquejarlo. La curación es un proceso físico. Sanar es radicalmente diferente, porque en este caso se exige que el paciente coopere espiritual y físicamente con el sanador.
Para aclarar más este asunto, no podríamos hacer nada mejor que estudiar la vida, y las obras de nuestro Señor, el Cristo. Cuando las gentes se llegaban a Él para ser sanadas, no esperaban que las sometiera a ningún tratamiento físico, porque sabían que sanarían merced al poder del Espíritu. Esas gentes tenían una confianza ilimitada en Él, lo que era absolutamente esencial, como podemos verlo por los incidentes registrados en el capítulo decimotercero de San Mateo, donde se dice que Él había ido a las gentes entre las cuales Jesús, el poseedor original del cuerpo, había morado en su temprana juventud. Esas gentes, no veían más que el hombre exterior, y decían: “¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No están sus hermanos con nosotros?”, etcétera. Ellos creían que nada grande podía salir de Nazaret, y las cosas fueron hechas de acuerdo con su fe, pues leemos que “no hizo allí grandes obras debido a su falta de fe”.
Sin embargo, la fe sin obras es cosa muerta, y en todos los casos en que el Cristo curaba a alguien, esa persona tenia que hacer algo: tenía que cooperar con el Gran Sanador, antes que su curación pudiera queda cumplida. Él decía: “Alarga tu mano”, y cuando la persona así lo hacía, su mano quedaba curada. Decía a otro: “Deja tu lecho y marcha”, y cuando así lo hacía, desaparecía su enfermedad. Al ciego le mandaba: "Vete y báñate en la laguna del Siloam"; o al leproso: "Vete al sacerdote y ofrece tus dones", etc. En todos los casos había una cooperación activa de parte del que debía ser sanado con la ayuda de su sanador. Cuando Naam vino a Elías, creyendo que este profeta iba a salir con gran despliegue de magia y ceremonias para librarlo de sus manchas de lepra, quedó decepcionado. Y cuando el profeta le hizo decir que “fuera y se bañara siete veces en el río Jordán”, se irritó casi hasta el punto de gritar: “¿No tenemos grandes ríos en Asiria? ¿Para qué tengo que ir a lavarme en el Jordán? ¡Que tontería!” Carecía del espíritu de sumisión que es tan absolutamente necesario para que la obra pueda ser hecha, y podemos afirmar que de persistir en ello jamás habría sido sanado de su enfermedad. Tampoco habrían sido sanados por el Cristo los enfermos si no hubieran obedecido y hecho lo que Él decía. Esta es una ley de la Naturaleza, absolutamente segura. La desobediencia es la que produce la enfermedad. La obediencia, sea que ella implique lavarse en el Jordán o estirar la mano, implica un cambio de ánimo, y la persona está entonces en posición de recibir el bálsamo que puede venir por intermedio del Cristo o por intermedio de otra persona, según sea el caso. Primariamente en todos los casos, las fuerzas sanadoras provienen de nuestro Padre que está en los Cielos, que es el Gran Médico.
Existen tres grandes factores en toda curación: primeramente, el poder de nuestro Padre Celestial; luego el médico; por último, el ánimo obediente del paciente sobre el cual pueda actuar el poder del Padre por intermedio del sanador, en tal forma que disipe todas las enfermedades corporales.
Comprendamos en seguida que todo el Universo está impregnado y compenetrado por el Poder del Padre, cuyo poder se halla siempre a nuestra disposición para curar todas las enfermedades, de cualquier naturaleza, que sean: esto es absolutamente cierto.
El médico o sanador es el foco, el vehículo por cuyo intermedio se infunde el poder en el cuerpo del paciente. Si aquel es un instrumento adecuado, consagrado, armonioso, real y verdaderamente acorde con el Infinito, no hay límite a las obras maravillosas que el Padre puede realizar por su mediación cuando la oportunidad ofrezca un paciente apropiadamente receptivo y sumiso.

del libro "Principios Ocultos de la Salud y la Curación", 
de Max Heindel

en you tube, aqui
https://www.youtube.com/watch?v=xJLk2U4v5SU


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