lunes, 1 de febrero de 2010

Dios es Luz - en you tube -


CAPÍTULO XII
BASES TERAPÉUTICAS DE LA LUZ, DEL COLOR
Y DEL SONIDO

Cada vez que nos sumergimos en nosotros mismos y nos absorbemos en el significado de estas tres palabras, nos bañamos en una fuente espiritual de insondable profundidad, y cada vez que repetimos esta absorción, nos hundimos cada vez más en esas divinas profundidades y más nos acercamos a nuestro Padre que está en los cielos.
Cada año que pasa, con la ayuda de los más potentes telescopios que el ingenio y la habilidad mecánica del ser humano ha sido capaces de construir para penetrar las profundidades del espacio, se torna más evidente que la infinidad de la Luz nos demuestra la infinitud de Dios.
En verdad, Dios es Uno e indiviso. Él desenvuelve dentro de Su Propio Ser todo cuanto es, así cómo la Luz Blanca contiene todos los colores. Pero en manifestación aparece como Triple, de la misma manera que la luz blanca se descompone en sus tres colores primarios: Azul, Amarillo y Rojo. Estos tres colores son el símbolo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Estos rayos primarios de Luz Divina se difunden o irradian del Sol y producen la Vida, la Conciencia y la Forma en cada uno de los portadores de luz, los planetas a quienes se llama “los Siete Espíritus ante el Trono”. Sus nombres son Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno y Urano.
Cada uno de los siete planetas recibe la luz del Sol en diferente medida, de acuerdo con su proximidad al Centro y la constitución de su atmósfera, y los seres que moran en cada uno de ellos, conforme a la etapa de su desenvolvimiento, tienen afinidad por alguno de esos rayos solares. Absorben los rayos o colores que les son afines y reflejan el resto sobre los demás planetas. Y este rayo reflejado lleva en si el impulso de la naturaleza de los seres con los que ha estado en contacto…
Así es como la luz y la vida divinas vienen a ponerse en contacto con cada planeta, sea directamente desde el Sol, o reflejadamente desde alguno de los otros seis planetas, y de la misma manera que la brisa del estío, que ha pasado sobre los campos floridos, lleva consigo la fragancia combinada de todas las flores, así también las sutiles influencias del Jardín de Dios nos aportan los combinados impulsos de todos los Espíritus, y en esa luz policroma vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.
Los rayos que proceden directamente del Sol producen iluminación espiritual, mientras que los rayos reflejados por los demás planetas aumentan la conciencia y el desenvolvimiento moral, en tanto que los que refleja la Luna producen crecimiento físico.
Pero así como cada planeta sólo puede absorber cierta cantidad de uno o mas colores, de acuerdo con el estado general de Evolución que haya allí, así también, cada ser que hay en la Tierra, mineral, vegetal, animal o humano, puede absorber y aprovechar sólo cierta cantidad de los distintos rayos que se proyectan sobre su corteza. El resto no los afecta o produce sensación, de parecida manera a lo que ocurre con los ciegos, que no tienen conciencia de la luz y del color que existe en torno de ellos.
La luz blanca del Sol contiene los siete colores. El ocultista puede ver en realidad doce colores, existiendo cinco entre el rojo y el violeta, recorriendo el círculo en una dirección, además del rojo, anaranjado, amarillo, verde, etcétera, del espectro visible. Cuatro de estos colores son absolutamente indescriptibles, pero el quinto - esto es, el que se encuentra en el medio de los cinco - se parece en su matiz a la flor recién abierta del durazno. Es en realidad el color del cuerpo vital. Los clarividentes que tratan de describirlo como azul grisáceo o rojo grisáceo, etc., están esforzándose por describir un color que no tiene absolutamente ningún equivalente en el Mundo Físico, por lo que se ven obligados a usar el que les parece más aproximado de nuestro lenguaje.
Cuando se entremezclan los tres colores primarios, aparecen tres colores adicionales y secundarios: anaranjado, verde y púrpura, cada uno de los cuales es el resultado de la mezcla de dos colores primarios, y un color (índigo) que contiene toda la gama de colores, formando así los siete colores del espectro. (Rojo y amarillo dan anaranjado; azul y amarillo, verde; azul y rojo, púrpura.)
El color de Marte es rojo; el de Venus, amarillo; el de Mercurio, violeta; el de la Luna, verde; el del Sol, anaranjado; el de Júpiter, azul; el de Saturno, índigo; el de Urano, amarillo. Podemos combinar estos colores para obtener de ellos los efectos deseados. En realidad, el color complementario, el que se ve en el Mundo del Deseo, es el que produce el efecto de los calores físicos. Si se trata de restringir a aquellos en los que Marte predomina demasiado, entonces deben utilizarse las gemas, los colores y los metales de Saturno, pero si, en cambio, queremos ayudar a alguno que es melancólico y taciturno, entonces habrá que echar mano de las gemas, colores y metales de Marte.
En el Mundo Físico, el rojo tiene tendencia a excitar, dar energía y vigorizar, mientras que el verde tiene un efecto refrescante y calmante, pero sucede todo lo contrario cuando contemplamos el asunto desde el punto de vista del Mundo del Deseo. Allí el color activo es el complementario y el que tiene sobre nuestros deseos y emociones el mismo efecto que le atribuimos en el color físico. Siempre hablamos de los celos, engendrados por el amor impuro, como de un monstruo de ojos verdes.
Al observar el aura de las personas, el clarividente bien desarrollado observa el color escarlata de la ira, el azul y el gris del miedo, el azul oscuro de la preocupación, el rojo sombrío del odio, el velo negro de la desesperación, etcétera. Un matiz de azul celeste suave indica esperanza, optimismo, el despertar del sentimiento religioso. El color Azul muestra el tipo de espiritualidad más elevado, pero este color no aparece fuera del cuerpo denso más que en los seres humanos de elevadísima santidad. Generalmente sólo se observa el amarillo.
En las razas inferiores, el color de fondo del aura es un rojo sombrío, como el del fuego que arde despacio, indicando la naturaleza apasionada y emocional. Si examinamos a otras personas que se encuentran en una etapa más elevada de la Evolución, veremos que el color básico irradiado por ellas es de un tono anaranjado, mezclándose el amarillo del intelecto con el rojo de la pasión. El color dorado natural es el Rayo Crístico que hasta su expresión en el oxígeno, elemento solar, y conforme vayamos adelantando por la senda de la Evolución, los que no sean religiosos profesionales adquirirán un matiz dorado en sus auras, debido a los impulsos altruistas que suelen ser comunes en el Occidente.
Existe una intima conexión entre el color y el sonido. Cuando se toca cierta nota aparece instantáneamente determinado color en el Mundo Celestial, el color y el sonido están siempre presentes, pero el sonido es el que da origen al color. Pitágoras hablaba de la armonía de las esferas, pero no usaba esa expresión como una mera frase poética. Existe esa armonía, efectivamente. San Juan nos dice que "en el Principio era el Verbo, y sin él, nada de cuanto ha sido hecho fue hecho”. Ése fue el Fiat creador que lanzó el mundo al ser. También oímos hablar de la música celestial, porque desde el punto de vista del Mundo Celeste, todo se crea primeramente en términos de sonidos, los cuales modelan luego la materia, y en la multitud de formas que vemos en torno de nosotros. El sonido rítmico ordenado es el creador de todo cuanto es: el creador y sustentador de todas las formas.
En la esfera de visión oculta, el Sistema Solar es un Inmenso instrumento musical, del que habla la mitología griega como de la "Lira de Siete Cuerdas de Apolo, el Radiante Dios Solar". Y existen doce semitonos en la escala cromática, de la misma manera que tenemos en los cielos los doce signos del zodíaco. Y tal como tenemos las siete notas fundamentales en el teclado del piano, así también tenemos los siete planetas. Los signos del Zodíaco pueden ser considerados como la caja de resonancia del arpa cósmica y sus siete planetas como las cuerdas: emiten distintos sonidos conforme pasan por los diversos signos, y, por lo tanto, van influyendo a la humanidad de distinta manera. Si esa armonía fallara por un solo instante o se produjera la mínima discordancia en esa orquesta celestial, todo el Universo se derrumbaría. Porque la música puede destruir lo mismo que construir, lo cual ha sido bien demostrado por los grandes músicos. Por ejemplo, el nido del inmortal Félix Mendelssohn estuvo experimentando el poder del sonido en ese sentido durante varios años. Y llegó a la conclusión de que una vez que encontramos la nota-clave de un edificio, puente, camino o cualquier otra estructura, podemos arrasarla con sólo hacer resonar esa nota en forma suficientemente fuerte y larga.
Nuestra pretenciosa sonrisa de los viejos tiempos cuando escuchábamos la historia de Josue y las murallas de Jericó, ya no tiene razón de ser. El sonido del cuerno del carnero indudablemente era la nota-clave de esas murallas, que ya habían sido sensibilizadas por el paso rítmico del ejército que se preparaba para la crisis final. La marcha rítmica de muchos pies puede destruir los puentes, y por ese motivo se ordena a los soldados que cada cual lo cruce a su paso natural.
Así pues, vemos que cada planeta tiene una nota-clave que es la suma total de los ruidos que en él se producen, combinados y armonizados por el Espíritu Planetario interno. Ese sonido puede ser escuchado por el oído espiritual. Corno dice Goethe:

The Sun intones his ancient song
Mid rival chant of brother spheres;
His prescribed cours he speeds along
In thunderous ways, throughout the years.
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Sound unto the spirit ear proclamais the
[newborn day is here;
Rocky gates are creaking, rattling,
Phoebus´ wheels ars rolling, singing –
What sound intense the light is bringing.

Las vibraciones sonoras invisibles tienen el mayor poder sobre la materia concreta. Construyen y destruyen a la vez. Si se coloca una pequeña cantidad de polvo finísimo sobre una plancha de bronce o de cristal, y se pasa un arco de violín por su borde, las vibraciones que se producen harán asumir al polvo hermosas figuras geométricas. La voz humana también puede producir esas figuras, las cuales son siempre idénticas para la misma nota o son.
Si se toca una nota tras otra en un instrumento musical - un piano, o, mejor, un violín, pues de éste se pueden arrancar un mayor número de gradaciones - se obtendrán finalmente un sonido que hará que el que escucha sienta una vibración muy distinta en la parte inferior de la cabeza. Cada vez que se toque esa nota, se sentirá esa vibración. Esa nota o sonido constituye la nota-clave de la persona así afectada. Y si se la hace resonar en forma dominante, fuerte y largamente, puede matarla lo mismo que un tiro. Si, en vez, se la hace sonar lenta y suavemente, restaurará y descansará el cuerpo, tonificará los nervios y restablecerá la salud.

del libro "Misterios Ocultos de la Salud y la Curación", de Max Heindel

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